Coordinar mata

Estamos acostumbrados a escuchar que la coordinación es muy, pero que muy necesaria para el correcto funcionamiento de las organizaciones. Sin embargo, tras muchos años en la Administración Pública, he llegado a la conclusión de que esa idea es falsa. Peor: falsa y peligrosa, porque, en mi opinión, la coordinación mata. Bueno, estoy exagerando, ya se sabe que la Administración nunca muere, digamos que la coordinación es una enfermedad crónica de efectos casi más devastadores que no coordinarse en absoluto.

Me apresuro a explicarme.

Supongamos que en nuestra Administración hay dos equipos de trabajo, el equipo A y el equipo B. Es una suposición sencilla, en España nos encantan los grupos pequeños rivalizando entre sí. El caso es que cada equipo está trabajando en su propio proyecto: define los objetivos, diseña las acciones, reserva el presupuesto, tramita la contratación… hasta que alguien, no importa quién, se da cuenta de que quizás, a lo mejor, tal vez, el proyecto del equipo A puede afectar al del B y/o viceversa. No se limita a detectar el problema, sino que, ni corto ni perezoso, propone la solución: celebrar una reunión de coordinación. ¡Una reunión de coordinación, por supuesto! Maravilloso. Magnífico.

El equipo A y el equipo B se reúnen y se exponen mutuamente sus proyectos. Los jefes de equipo se lo pasan bomba escuchándose a sí mismos (vale, esto es una maldad por mi parte, pero así esta caricatura resulta más divertida). Al finalizar la reunión, todos se levantan satisfechos por el deber cumplido: se han coordinado. Ahí es nada, que no se diga que en (ponga aquí el nombre de su Administración) no se hacen bien las cosas.

Pero, ¡ay!, en la práctica todo sigue igual. Ni el equipo A ni el equipo B adaptan sus proyectos, las acciones no cambian, los presupuestos no se modifican, las contrataciones siguen tramitándose (acabáramos, con lo que cuesta aquí mover las cosas). Tal vez un alma bendita se atreva a sugerir tímidamente algún cambio, pero, créanme, será la excepción, y sólo para ser fulminado por la mirada iracunda de su jefe de proyecto. Ambos equipos han acordado hacer nuevas reuniones de coordinación, pero claro, están todos tan ocupados…

¿Hace falta que les diga el resultado? En el mejor de los casos, suponiendo que los dos proyectos salgan bien (y esto ya es mucho suponer): Solapamiento de acciones, ineficiencia económica, mal servicio y desconcierto de nuestros clientes y accionistas (también conocidos como ciudadanía).

Pero que no cunda el desaliento, yo también soy de los del problema y la solución. La respuesta es la colaboración. Acudamos al socorrido diccionario. Coordinar significa “unir dos o más cosas de manera que formen una unidad o un conjunto armonioso”, mientras que colaborar es “trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra”. La diferencia está clara, ¿no? El resultado parece más incierto tratando de unir varias cosas para que formen una unidad o conjunto (lo de armonioso ya es para nota), que trabajando en conjunto para realizar una única cosa. El detalle está en los tiempos: mientras que la coordinación ocurre a posteriori (cuando casi siempre es demasiado tarde), la colaboración tiene lugar a priori (cuando todavía estamos a tiempo). La coordinación es comida basura para las organizaciones. La colaboración es ensalada aderezada con aceite de oliva virgen extra.

Por supuesto que la colaboración tiene su miga y es inevitable cierto grado de coordinación, no soy tan ingenuo. Tal vez en una próxima ocasión tengamos la oportunidad de hablar sobre la colaboración. Mientras tanto, les propongo que en las salas de reuniones de sus Administraciones cuelguen un cartel que diga: “Coordinar mata”.

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