Esther o la melancolía preventiva

Hoy se nos ha apagado una luz. No conozco el caso de muchos cargos públicos a los que se les empezara a echar de menos en mitad de su mandato, y Esther posiblemente sea una de las pocas excepciones.

Ahora mismo, entre la fugacidad y la conmoción del momento, no sabría ubicar muy bien ni las personas ni el espacio concreto. Sí recuerdo que fue este pasado verano. Era una jornada, un congreso, una mesa redonda, uno cualquiera de los múltiples eventos en que participaba ella misma o algunos de sus compañeros del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, aunque puede que en éste no asistiera ninguno. En un momento dado, se hablaba de la evolución de la transparencia en los últimos años, y del papel que estaba desempeñando el CTBG. Coincidían los ponentes (creo que eran periodistas) en que, a pesar de las reticencias iniciales respecto a su independencia, Esther y su equipo habían demostrado su compromiso con la transparencia, su valentía y su valiosa labor en los primeros años de andadura del CTBG. Y tras esto, en un arrebato de melancolía preventiva (la presidencia del CTBG se ocupa por mandato de cinco años improrrogables), se preguntaban: “Y después de Esther, ¿qué?”.  Hubo quien lo apuntó de inmediato: ya la estamos empezando a echar de menos.

Poco después, esto lo recuerdo con más frescura, pasó algo similar en el Congreso Internacional de Transparencia, y en el estrado esta vez había profesores universitarios y otros cargos. La situación que se dio fue tan parecida que no merece la pena reproducirla.  Y así podemos encontrar decenas de artículos y comentarios que siguen la misma línea: de la desconfianza inicial al reconocimiento posterior. Un amplio (y poco común) consenso. “Por sus actos los conoceréis”, titulaba Esther un post de su blog en El Huffington Post, que yo siempre recomendaba leer en pequeñas «charlas post-evento“, entre cañas o cafés, cuando salía a relucir el tema de la independencia del Consejo. Y justamente, por sus actos se la ha reconocido, a ella y a su equipo.

Decía al principio que se ha apagado una luz. Lo creo ciertamente. No hacía falta haber tenido mucho contacto personal con ella. Cualquiera que la viera durante unos minutos y tuviera la oportunidad de charlar con ella, algo bastante sencillo puesto que siempre se mostraba accesible y cercana, podía notar que se trataba de una persona que desprendía energía y optimismo, virtudes que supo transmitir a su equipo, al que le deseo lo mejor para el futuro. Nos deja un vacío tan grande como su ejemplo y su legado.

Ahora sí que te echaremos de menos. Descansa en paz, Esther.

 

PD: La imagen de los zapatos rojos se explica aquí.

PD2: Escribí este texto el mismo día 19, a petición de LuisJa Sánchez de Confilegal, como una colaboración más en este artículo que también contó con la participación de Carlos Balmisa, Jesús Lizcano, Rafa Ayala y Germán Granda.

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