¿Quién va a cubrir los altos cargos cuando se jubilen?

Tenemos el dato (Carles Ramió) de que en los próximos 12 años se van a jubilar un millón doscientos mil empleados públicos… ¿Cubrimos esos mismos puestos tal cualpor nuevos funcionarios o más bien es el momento de automatizar y cambiar las estructuras organizativas y funcionales?

Gerardo Bustos@GerardoBustosP

La robotización va a coincidir con la jubilación de un millón doscientos mil empleados públicos en los próximos 12 años. @CarlesRamio en Seminario en gestión pública, Gobierno de Aragón.

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En el dato hay varios temas subyacentes, y todos ellos importantes. Uno de ellos es la necesidad de automatizar todo lo automatizable (algo que podemos llamar Inteligencia Artificial, aunque podríamos matizar), y de colocar a las personas en aquellas tareas exclusivamente humanas, las que requieren de aptitudes y valores propios de la inteligencia emocional (o directamente Inteligencia Humana).

Rafael Jiménez Asensio es una de las personas que más (y mejor) ha hablado de esta problemática:

Las estructuras organizativas del siglo XXI siguen en buena medida el formato tradicionalmente burocrático, pero el desarrollo organizativo en términos de eficiencia nos lleva a otros parámetros de funcionamiento, según escribió Frederic Laloux en su ya difundida obra (Reinventar las organizaciones, 2016). Unos años antes Gary Hamel estableció una nueva jerarquía de capacidades de los empleados (Lo que ahora importa, Deusto, 2012), en el que las capacidades derivadas del modelo burocrático, según este autor, no tenían valor añadido o en otras palabras ya no contenían un valor diferencial que hiciera a tales organizaciones más competitivas y eficientes. Se refería en concreto (de menor a mayor peso diferenciador) a tres capacidades: obediencia, diligencia y experiencia. Estas capacidades siguen siendo hoy en día las que marcan la hoja de ruta de la mayor parte de las políticas de recursos humanos en el sector público. Sin embargo, Hamel se refería a otras tres capacidades que sí que añadían valor a esas organizaciones. Y estas eran (también por orden de menor a mayor jerarquía): iniciativa, creatividad e implicación (pasión). Y tales capacidades, hoy por hoy, cotizan muy bajo (si es que lo hacen) en el sector público. Las organizaciones teal o, en un estadio menos avanzados, las organizaciones “verdes”, como diría Laloux, siguen estando a años luz del momento actual de nuestras administraciones públicas. A esas capacidades que deberá acreditar la persona que desarrolle su actividad profesional en cualquier organización, también en la Administración Pública, se le añaden otras tantas, que esta vez revestidas de competencias, deberá acreditar en un futuro próximo cualquier empleado público cuyas tareas no sean sustituidas por las máquinas (automatización) y, asimismo, como necesario complemento a las tareas cognitivas que, más lejanamente, se vayan también desarrollando por la Inteligencia artificial de las máquinas: habilidades blandas (empatía, comunicación, resiliencia y capacidad de adaptación), pensamiento crítico, valores, etc. (Rafael Jiménez Asensio: “La pereza burocrática“).

Lo ideal es combinar con inteligencia (una inteligencia, la de combinar, que por cierto es muy humana), el reparto o asignación de tareas a certificados, o inteligencias artificiales, o algoritmos, por un lado, y a empleados de carne y hueso por otro, siendo estas últimas tareas las funciones de las nuevas Relaciones de Puestos de Trabajo. Si nos reservamos el trabajo con verdadero valor añadido no tienen por qué sustituirnos las máquinas. Lo explicó perfectamente Xavier Marcet en este artículo publicado en La Vanguardia, en el que defiende “La suma de inteligencias”:

Pensemos más en términos de hibridación de que sustitución

La combinación de capacidades, esa hibridación, es por tanto lo más eficiente. Y lo más inteligente. No cuenten conmigo para defender perfiles de empleados públicos que se autodenominan “preparados” pero que en el fondo, si no tuvieran “plaza fija”, son potenciales parados de larga duración. Ha cambiado el mundo y siguen estando muy preparados sí, pero lo están en una realidad que ya no existe, para trabajar en una Administración que ya no debería existir, y realizando unas tareas que ya no tienen sentido. Yo puedo ser muy bueno, incluso brillante, revelando carretes de fotos, pero eso podía tener alguna utilidad hace 30 años, no ahora.

No podemos reivindicar los empleados un supuesto derecho a hacer exactamente lo mismo que hacíamos desde nuestro ingreso en la Administración hasta nuestra jubilación, dos momentos separados por varias décadas. Es muy improbable que algún trabajo consista en hacer literalmente lo mismo durante 40 años. Pensamos que imposible en los tiempos que corren. Un ordenanza, por ejemplo, no puede defender que su trabajo consiste, y siempre consistirá, en hacer fotocopias o en poner cuños ¿Cómo se ponen los cuños? De la manera más ineficiente posible: uno a uno, rebañando tinta cada vez, cogiendo un papel del montón de la derecha, poniéndolo en el centro, estampando el caucho con una fuerza estruendosa, y pasando el papel ya mancillado al montón de la izquierda. Pero lo peor de todo no es eso: lo peor es que la tarea anteriormente descrita no sirve absolutamente para nada. Si usted, en 2018, dedica toda una mañana de su vida a hacer esto, no se ofenda, pero debe saber que no ha aportado absolutamente nada (excepto quizá ponerse perdido de tinta).

Por nuestra parte, los fedatarios públicos no podemos argumentar que parte de lo que hacemos (certificados, compulsas…) no lo debe hacer una máquina (sello de órgano, sello de tiempo, copias auténticas), con el débil argumento de que como ya lo veníamos haciendo nosotros debemos seguir hasta el final de los tiempos. Cada uno es dueño de opinar lo que le parezca al respecto, faltaría más, pero si me preguntan mi opinión: yo no quiero hacer lo que puede hacer una máquina. Y les aseguro que la fehaciencia se puede automatizar. Soy una persona, y quiero dedicarme a tareas más elevadas, tareas que sean imposibles de mecanizar y que por eso mismo me ponen en valor, un valor humano por cierto. ¿Qué es esto? ¿Qué o quienes somos en realidad los seres humanos? Dicen que “La clave del éxito en la era digital es entender el alma humana“. Personalmente no voy a ser tan pretencioso de afirmar que he alcanzado a entender el alma humana, peo sí sé, y lo tengo muy claro, que en lo que queda de vida (en este bien entrado siglo XXI) solo quiero hacer lo que únicamente pueda hacer una persona: resolver problemas, aplicar el sentido común, gestionar equipos humanos, hablar con otras personas, empatizar, liderar, etc… Y todo ello bromeando, hasta cierto punto claro. Para todo lo demás, ponga tecnología. Y no se arrepentirá.

Aclarado pues que los que aún no nos jubilamos debemos adaptarnos y reinventarnos, desarrollar esas nuevas aptitudes, así como esa inteligencia humana que está destinada a convivir con la inteligencia artificial (ver “Robots versus funcionarios“), nos preguntamos qué ocurre con los puestos que dejan los compañeros que se van a jubilar en la próxima década, que son muchos y muchas y que aglutinan una infinita sabiduría que, esperemos, no se pierda para siempre. Este es precisamente otro de los problemas que tienen causa en esta jubilación masiva: la descapitalización de conocimiento. Todo un descabezamiento de las instituciones en el sentido más amplio y literal de la palabra, porque muchas de las personas que se jubilan desempeñan puestos de dirección (mejor que “altos cargos”), al menos en teoría. Nos debe preocupar, y no poco, la más que previsible sustitución de expertos (recordemos que experto viene de experiencia) por novatos, por muy buenas calificaciones que estos últimos hayan obtenido en las… ¿oposiciones?

Y es que otro tema a repensar es el de los procesos selectivos. Como observa Gerardo Bustos, “si una máquina puede hacer una prueba selectiva mejor que una persona, tenemos que cambiar esa prueba de selección”. Y es que esa prueba selectiva con toda seguridad no nos sirve para seleccionar los perfiles que vamos a necesitar. Unos perfiles por cierto que, muy probablemente, ya los tenemos “dentro” de nuestras organizaciones públicas. ¿Y quienes son? Exacto. Lo ha acertado usted: esos administrativos, auxiliares y ordenanzas cuyas tareas anteriores se han automatizado. Obviamente no todos ellos, sino algunos de ellos, porque por ejemplo la atención ciudadana, la cual se supone que la realizan empleados con la categoría de “administrativos” (¿por qué no grupo A”?) ni se puede ni se debe automatizar. Es de hecho uno de los ejemplos más claros de perfil de puesto de trabajo humano, porque requiere más que ningún otro esas aludidas capacidades de inteligencia interpersonal, empatía, escucha activa o asertividad.

Y aquí un pequeño apunte: aunque utilicemos, para la mejor comprensión de la idea, la vieja terminología, conste que no nos agrada en absoluto ni la categorización ni la nomenclatura de clásica de administrativo, auxiliar, y ordenanza o subalterno. Administrativo es cuanto menos una palabra anticuada; auxiliar es por definición la tecnología, no la persona; ordenanza se confunde con un reglamento; mientras que subalterno parece directamente un insulto.

En este sentido no puede parecernos más obsoleto el art. 169 del Real Decreto Legislativo 781/1986, de 18 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundido de las disposiciones legales vigentes en materia de Régimen Local, en teoría en vigor, cuando señala:

  • Pertenecerán a la Subescala Administrativa de Administración General los funcionarios que realicen tareas administrativas, normalmente de trámite y colaboración.
  • Pertenecerán a la Subescala Auxiliar de Administración General los funcionarios que realicen tareas de mecanografía, taquigrafía, despacho de correspondencia, cálculo sencillo, manejo de máquinas, archivo de documentos y otros similares.

Todas estas tareas van a desaparecer, salvo evidentemente el “manejo de máquinas” (entiéndase en un sentido más actual), que además ahora es cosa de todos, sin excepción, pues no somos capaces de concebir un puesto de trabajo que no requiera al menos de un mínimo de competencias digitales. Esto ha evolucionado así, es un hecho. Las tareas del citado Texto Refundido del 86 desaparecerán no solo en el sector público, sino en el mercado laboral en general. Como expusimos en “Envejecimiento de las plantillas públicas… ¿solución?”, conviene recordar las ocupaciones previsiblemente más afectadas por ese proceso de revolución tecnológica (digitalización, automatización e IA):

OCUPACIONES POR ORDEN DE IMPORTANCIA CON IMPACTO NEGATIVO
1ª Personal de apoyo administrativo
2ª Operadores de instalaciones, máquinas y ensamblajes
3ª Ocupaciones elementales
4ª Trabajadores de los servicios, vendedores comercios y mercados
5ª Oficiales, operarios, artesanos y otros oficios

Extrapolen estas ocupaciones o tareas, más o menos, a la Administración, sobre todo la de que se refiere al “personal de apoyo administrativo”, que es extrapolable tal cual (apoyo, auxilio, auxiliar). Todas estas tareas son automatizables, pues del mismo modo que necesitaban de persona cuando no existía la tecnología, no la precisan ahora cuando esta puede sumar, grabar, firmar, tramitar, notificar… de forma automática. Solo hace falta decidir lo que se automatiza y lo que se reserva a un puesto de trabajo ocupable por un ser humano. Unos puestos de trabajo por cierto, los que sobrevivan, que serán mucho más multidisciplinares y mucho menos o nada encasillados. Esto redunda en la idea de que será necesaria una mayor y más variada aptitud. Necesitamos empleados públicos capaces de resolver problemas, quizá empezando por este mismo que planteamos aquí.

Una problemática esta que, hay que reconocerlo, no es fácil de resolver. Precisamente Conchi Campos, en “¿Obsolescencia programada de los empleados públicos?, se refiere de forma muy completa a casi todos los problemas que se plantean en el acceso, en el desempeño y en la carrera profesional. Y es que al menos es bueno empezar identificando todas estas cuestiones. Al avestruz no le sirvió de mucho esconder la cabeza bajo la tierra.

El caso es que de repente la promoción interna, o más correctamente la carrera profesional, ese instrumento tan manoseado y muchas veces mal utilizado, cobra todo el sentido. Por eso, respondiendo a la disyuntiva inicial de si cubrimos esos puestos que dejan libres los que se jubilan, manteniéndolos tal cual, por medio de nuevos funcionarios, o si por el contrario entramos ya en este momento a automatizar, amortizar puestos (que no personas) y cambiar las estructuras organizativas y funcionales, ni que decir tiene que nos quedamos con la segunda posibilidad. Y quizá la expresión no sea “quedarse con”, porque esto implicaría una opción, una capacidad de elección que seguramente ya no tenemos a estas alturas. Pero con quien sí me quedo es con los compañeros y compañeras que ya están trabajando, lo hacen bien, conocen la organización, y tienen aún juventud e ilusión para asumir retos y sustituir a las personas (altos cargos o no) que pronto se van a jubilar, porque todo llega en la vida, pero que antes de hacerlo nos pueden enseñar muchas cosas a los que nos quedamos, e incluso directamente tutorizar la transición.

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Encontramos Jedis de diferentes edades. Normalmente los veteranos tutorizan a  los más jóvenes, transmitiéndoles su enorme sabiduría que de otro modo tristemente se perdería para siempre.

Epílogo…

Las máquinas van a acabar realizando cualquier actividad mecánica, bien por sí mismas de forma totalmente autónoma, o bien bajo la supervisión de un ser humano, de forma automática pero dirigida. Y no solo nos tocará la “supervisión”, sino cualquier otro tipo de colaboración humano-máquina, no necesariamente jerárquica, pues de hecho trabajaremos codo a codo con los robots y las inteligencias artificiales (que no son mejor ni peor que las humanas, sino distintas y complementarias). Pero desde luego ya no habrá más caballos que tiren de carruajes, y pronto ni siquiera serán necesarios los conductores de los “modernos carruajes”. No habrá más perros que tiren de trineos, ni mulas que tiren de arados. Ni más funcionarios que pongan cuños o transporten cajas. O que tecleen una grabación. O que firmen mil papeles uno a uno. Se acabó la era de la tracción animal. Las personas estamos diseñadas para tareas más elevadas. (De “La automatización laboral: adiós a todos los trabajos físicos”)

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