Es cierto decir que la Inteligencia Artificial (IA) es un tema que sigue cobrando notoriedad y cada día se hace más común entre, precisamente, el común de la gente.
También es prudente decir que la IA pasa de boca en boca por especialistas, expertos, creadores de esta, y por quienes tienen como deporte opinar sobre todo cuanto les es posible, pero no todos nosotros comprendemos el alcance absoluto de la IA. Su crecimiento y desarrollo deja nuestro sentido común inconsciente, nuestra racionalidad en desequilibrio y nuestras predicciones obsoletas.
Desde hace por lo menos una década, escucho, y yo mismo lo menciono en conferencias y papers, los empleos y trabajos del futuro, una lista dinámica pero que siempre resulta sorprendente para quienes la leen o reciben. Nos enfrentamos a nuevos paradigmas educativos y todo ellos tienen una cuota de incertidumbre importante.
La pedagogía como la conocemos, muta lentamente a modelos que permiten acompañar los cambios cualitativos y hasta existenciales de la tecnología y dentro de ella la preponderancia de la IA.
Esa IA que nace en laboratorios, a la cual se restringió acceso y sólo era aprovechada por un grupo selectos de seres humanos. Pero esa misma IA hoy está en manos de todos los que quieran utilizarla y de las maneras más imaginables posibles. La IA que ha desplazado del discurso otros conceptos como Deep learning, maching learning, etc. (pero que están implícitos en ella).
Seguramente todos podamos coincidir en que la recomendación más lógica para las nuevas generaciones sea la de estudios y carreras universitarias en torno a la tecnología, obviamente también sobre IA. Pero puedo decirles que el futuro ya va a estar repleto de egresados de carreras tecnológicas, son estas generaciones que hoy se están preparando para un mundo que se construirá sobre una nueva realidad, aunque no ciertamente, más bien sobre una realidad líquida que nos obligará a pensar la enseñanza en términos de herramientas dinámicas que les permitan a los estudiantes poder reinventarse, adaptarse y moverse dentro de un escenario tecnológico que no podemos predecir.
Pero vaya mi recomendación, las nuevas generaciones deberán estudiar filosofía, sociología, lingüística y ciencias políticas. Por que deberemos ser capaces de conservar nuestra condición de seres humanos intacta para poder educar, enseñar y entrenar a una inteligencia artificial que nos abruma hoy y nos interroga sobre nuestra propia existencia.
Si no logramos mantener esas fronteras entre ambos, el futuro será sin dudas divertido, pero también riesgoso.
La IA puede tentar el autolimitar nuestra capacidad de autocrítica, nuestra capacidad analítica, incluso nuestra comprensión lectora. Un mundo de facilidades está hoy presente en materia de un intelecto artificial que encandila, pero nos puede llevar a generar limitaciones en un océano de comodidades y, por qué no, de ociosidad.
Decía Sir Ken Robinson, “la escuela mata la imaginación”, y eso fue hace más de una década, entonces recobremos esa tendencia pedagógica de la disrupción, la innovación de pensamiento. No podemos decir que en todas las latitudes la afirmación de Robinson es cierta, ¿o sí?, por lo pronto es acertada en varios o muchos modelos prusianos educativos aún anclados a modelos arcaico de enseñanza. Modelos educativos que jamás podrían recoger en su currículo a la IA como parte de este.
En lenguaje español o castellano, una persona considerada muy culta, puede expresarse con más de 5.000 palabras, una persona con educación universitaria puede hacerlo utilizando más de 1.000, pero sorprende ver como en países latinoamericanos se sigue reduciendo la cantidad de palabras para comunicarse. Según los investigadores Alba Valencia y Max Echevarría, alcanza en Chile aprender 307 palabras para comunicarse, en República Dominicana, el profesor Orlando Alba detectó que los jóvenes a penas utilizan 254 palabras. Según la Real Academia Española los jóvenes de habla hispana utilizan en promedio 250 palabras, y los adultos unas 500 a 1.000.
La IA puede utilizar TODAS las palabras en sus bases de datos porque conoce su vínculo gramatical y significado, pero más aún, puede aprender palabras nuevas al mantener una charla con los seres humanos, esto suele denominarse método de confirmación implícita. La misma confirmación le provee a la IA el significado y la relación con otros términos y conceptos, entonces ya está lista la IA para utilizar la nueva palabra en posteriores conversaciones o tareas.
Su velocidad de proceso y la carencia de una sistema cortical terciario (razón) o un sistema límbico (emociones), hace que la IA disponga de toda la información en todo momento, su memorización es absoluta, y no selectiva, filtrada o parcial como la de los seres humanos. Su lógica es estricta y sin pensar o razonar, produce resultados que hoy los equiparamos a nuestra capacidad cognitiva.
La IA no piensa, pero cada día obtenemos resultados más similares. El Test de Turín ha quedado obsoleto. La metodología de exámenes académicos ha sido vulnerada por la IA, pudiendo incluso recibirse de médico o abogado sin problemas.
El potencial de la IA está aún por desarrollarse por completo, aún no vemos su límite. Y ese potencial hará de nuestra existencia algo más disfrutable, obtendremos mejoras para nuestras vidas, nuestros ámbitos de trabajo, progreso y desarrollo sustentable. No obstante, la IA sigue siendo aún un martillo, tanto podrá golpear un clavo como una cabeza humana.
El genial Isaac Asimov nos dio un marco futurista con sus tres leyes de la robótica, las que son tan explícitamente perfectas que resultan hoy un paradigma para la IA en función al desarrollo de la autoconciencia de su propia existencia.
Sophia obtuvo la ciudadanía en Arabia Saudita, tiene derecho al voto, por ejemplo. Un país donde las mujeres recién obtuvieron derecho al voto en 2015, y donde extranjeros residentes jamás acceden a la ciudadanía. A este grado de delirio ha llegado el hombre deslumbrado por la IA. Convengamos que Sophia no es más que un lindo juguete de exposiciones comparado con ChatGPT o Bard. Pero también podríamos mencionar que Argentina reconoció a Sandra, una orangutana del zoológico de Buenos Aires, como «persona no humana con derechos», en 2015.
Actualmente la IA se nos presenta mayormente en nuestro mundo cotidiano, casi de forma imperceptible, en la forma denominada IA estrecha o IA débil, diseñada para realizar tareas específicas como reconocimiento de rostros, búsquedas en Internet, o incluso más sofisticadas como la conducción autónoma de vehículos.
Pero el mundo científico se encamina hacia lo que se conoce como la AGI, Artificial General Intelligence, o IA General, también llamada la IA fuerte. Se espera que esta AGI supere a los seres humanos en sus capacidades cognitivas.
¿Dónde estableceremos la frontera entre la IA y la humanidad?, ¿lo haremos?, ¿lo querremos hacer? ¿A cuántos años estamos de tener un senador o un presidente IA?
¿Legislaremos sobre la IA como tecnología o como una minoría de ciudadanos?
Se nos presentan dilemas desde lo social, ético, médico, asistencia, derechos y deberes, trabajo, pero también derechos laborales. ¿En qué década tendremos un sindicato de IA?.
El futuro les espera a las nuevas generaciones con muchos desafíos que ya no pasarán por aspectos tecnológicos, sino sobre la consciencia humana y el cuestionamiento mismo de qué es Ser humanos en nuestras sociedades.
Podemos verlo como un futuro aún lejanos, pero nos estaríamos mintiendo, porque la evolución de la tecnología y la IA, ha roto todas las predicciones pasadas de desarrollo. Hoy una IA rompe récords de capacidades sólo para ver qué meses después es desbancada de su trono por otra IA u otra versión de sí misma.
Parece fútil sumarse al pedido de Elon Musk y Steve Wozniak sobre detener la IA para analizar las implicancias. Pedido respaldado por sus propias organizaciones y otras como Google, Microsoft, Meta o Baidu. Pero si es necesario sumar al desarrollo de la IA aspectos más allá de la tecnología, la IA necesita comprenderse y verse como un instrumento técnico avanzado, pero también una herramienta de desarrollo de nuestra propia civilización y humanidad. Si no incorporamos a la discusión a nuestros filósofos, sociólogos, psicólogos y hasta humanistas, no habremos aprendido nada.
No estamos en una carrera para ver quién desarrolla la IA más potente, estamos en un cambio de paradigma frente a lo que nos planteemos como civilización futura.
Mauro D. Ríos.-
Discusión (1)
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Ahí va un análisis bastante acertado al respecto de la gran Manuela Battaglini
https://twitter.com/manuelabat/status/1648380590197030918?s=20